Glorioso día…

MadMax_FuryRoad_trailer

Mad Max: Fury Road es, y sin seguir ningún orden: una película de acción acojonante, Cine maravillosamente sencillo-efectivo, una experiencia audiovisual apabullante, una salvajada inconcebible, un disfrute garantizado y una frikada desquiciada. Es el último ejemplo de la últimamente larga lista de directores veteranos que, a las puertas de su despedida, acumulan fuerzas para rodar películas «pepinazo» como si no hubiese mañana, con el ímpetu de juventud y la experiencia de la madurez. Aquí, a grandes rasgos, hay profesionalidad, conocimiento del género y espíritu radical que, con mala suerte, no satisfará a muchos espectadores que no pueden asimilar el efectismo con calado (es el mejor modo que tengo de encuadrar esto, frente a otras pirotecnias audiovisuales vacías al estilo Michael Bay). En el apartado artístico es una delicia; en el técnico, un imposible. Puro talento cinematográfico. La barrera entre lo físico palpable y lo virtual necesario se diluye hasta configurar un chute visceral de adrenalina que, simple y llanamente, te atrapa en un mundo de violencia desinhibida en el que cada idea supera a la anterior en nivel de sorprendente locura descarnada. Y, al mismo tiempo, es un ejemplo de sencillez y efectividad en el guión parquísimo en diálogos y potentísimo en conceptos: siempre sabes quiénes son sus personajes, qué les motiva, dónde van y por qué lo hacen; y solo necesitas para ello un bidón de gasolina, un par de balas y el insuperable, por intensidad y trascendencia, sentido de supervivencia humana. «Nuff said»: Mad Max es -parafraseando a la inimitable Phoebe Buffay- Santa Claus colgado de Prozac en Disneylandia echando un polvo. Pero un Santa Claus deforme, en un bólido de alto octanaje y motores en llamas, con un enano dopado en la cabeza, idéas mesiánicas nórdicas clavadas en el cerebelo y una guitarra lanzallamas en las manos, a ritmo de un discípulo encocado de Hans Zimmer. Una burrada. Matar o morir. Punto.

Tom Hardy og Charlize Theron i Mad Max Fury Road

Y, aun así, nada de lo que pueda escribir le hará justicia. No quiero por esto hiperbolizar a la película y convertirla en la segunda venida de Cristo, porque evidentemente no lo es ni pretende serlo. Pero algo me impide comentarla en los mismos términos de otras que juegan en ligas parecidas y acaban entrando en la resabida sentencia de «sabe a lo que viene, así que no le pidamos más». Cintas tan gozosas como Pacific Rim pasaron por ese filtro, con el que yo mismo pretendía justificar su existencia, pertinencia y calidad en un debate cuasi-gafapasta en el que tenían todas las que perder. Pero Mad Max escapa de esas diatribas: esto ni actúa en su favor ni en su contra; simplemente es lo que es, sin más, una película que no sé muy bien dónde encuadrar en los esquemas que ya me he construido para este noble pasatiempo de la crítica. Porque con ella me lo he pasado como un crío en un parque de atracciones, pero no la puedo meter en el mismo saco de los placeres culpables, ni en el de las películas sin complejos, ni en el de los entretenimientos puros. Muchos blockbuster se ven en la incómoda situación de legitimar su razón de ser en esquemas conocidos y aceptados por los consumidores, que sostienen toda salida de tono dentro de ámbitos pasados de rosca. Mad Max, sin embargo, no los necesita: cajones tópicos como «acción desenfrenada», «héroes salvando el día» o «carreras de coches» se me quedan cortos, aunque sean elementos nucleares del (simplísimo) libreto. Si intento defender que este desfase inusual haya visto la luz en términos de «no le busques sentido, es solo diversión», sé que algo se me escapa, y simplificaría en exceso a una película sorprendente que no merece tales excusas vanas. Pero tampoco puedo desgranar su limitado contenido como para intentar hallar petróleo argumental en ella. Dicho mal y pronto, me parece que Mad Max juega según sus propias reglas, y aunque bebe de esa corriente de cine hipertrofiado y agotador que nos abruma cada temporada, es una experiencia tan plena y satisfactoria que consigue ser lo que otras ni siquiera arañan: disfrute pleno por sí mismo, sin complicaciones, sin excusas, sin porqués.

Algunos ven conceptos primigenios y arquetípicos en esta película; y tienen toda la razón. Algún día entraré en ese debate. Pero por primera vez, y oh sorpresa, no quiero que me vengan a la cabeza; no por ahora. No quiero analizar esto: no quiero saber nada de héroes, mitos, gestas ni la madre que los parió. Por primera vez en mucho tiempo, solo quiero disfrutar. Y salir del cine, y darme cuenta de que el chute ha sido tan fuerte que interpreto lo que me rodea en clave de fantasía, y un grupo de chavales en bici que pasa a mi lado a toda leche me hace remitir directamente a una panda de salvajes postapocalípticos en el desierto. Eso es la magia del Cine, cuando rompe las barreras entre realidad y ficción y me hace creer en lo imposible. La última vez que me pasó ya ha quedado muy lejos (en muchos sentidos). Supongo que la próxima será dentro de mucho. Mad Max será, pues, un punto de inflexión en ese camino personal: pues, compañeros, que así sea.

4 pensamientos en “Glorioso día…

    • No eres al primero al que leo esa comparación, y lo cierto es que también la pondría al mismo nivel. Y eso que, por cuestiones de edad (XD), no viví la revolución de T2 en cines. Pero lo que flipé en una buena sesión de sofá y peli no lo han conseguido otras muchas películas.

      Esta cae más veces. En cine, fijo, alguna más. Que luego perdemos la oportunidad de disfrutar esta barbaridad como se merece.

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