Hubo un lugar

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Cómo no amarte, cómo no odiarte. Cómo no detestar tu conformismo, cómo no maravillarme ante tu tesoro. Cómo no recrearme en el delicioso y sorprendente juego de cambiar de piel y mirada, y tratar de contemplarte con los ojos del que no te conoce, para así redescubrir las joyas que conforman tu ser y que no puedes ocultar. Cómo no aborrecer el exitoso esfuerzo de quienes por vagancia te dejan languidecer y hundirte en tu solaz, víctima de la desidia y la desinformación, de la desgana y el desengaño.

Cómo no desear, por tanto, huir de ti, huir de aquí, de esta cuna de sinsabores y escenario de tropiezos. Pero también teatro de mis alegrías y telón de victorias que, cada vez que narre, y construya así mi pasado y realidad en la narración, siempre te tendrán como inevitable punto del espacio donde se cantó al éxito. Cómo te echaré de menos, entonces, cuando no esté. Siempre te tendré encima, que no dentro, que no al lado, porque en ti he ambientado mis tequieros, mis anhelos, mis suspiros, mis llantos, mis obsesiones, mis estupideces, mis quizás. Todo sueño que me he planteado ha sido siempre en oposición a ti, que me los has limitado. Todo desencuentro ha sido culpa tuya, que lo has propiciado. Dejaré aquí los abrazos con los amigos, las copas de desahogo, las primeras veces en todo, y las experiencias que me hicieron profesional. Dejaré aquí también los personalismos, las confrontaciones y la toxicidad de propios y ajenos, de mis propias inseguridades y de las obsesiones y trabas de otros.

Y volveré, porque «vivir es ver volver». «Volver, pasados los años, a la felicidad», para así comprobar que nada ha cambiado. Porque tienes esa cualidad, por ser políticamente correcto, de regodearte en tu inmovilidad, y considerar que es tu valor intrínseco y digno de aplauso y orgullo. Crees que basta con la fachada del festival, la aprobación oficiosa y la innovación de titular. Tratas como orgullo ser oriundo de toda la vida de tus inertes calles, y cultivas con desparpajo un resquemor continuo entre todos aquellos hijos tuyos a los que amarras y no pueden sino maldecirte, porque no pueden huir, pero tampoco dejar de necesitarte, y por tanto de odiarte. Y nadie hará nunca nada para cambiarte: hasta ahí llega tu poder de petrificar a quienes una vez se acurrucaron en tus brazos.

Así que cómo no odiarte, y cómo no amarte. Cómo no sentir por ti un cariño enorme, si eres la madre de toda mi vida, y sin ti no hubiese llegado a nada. Cómo no estar harto de tus hipocresías, si no me dejas llegar adonde quiero. Demasiado pronto me he dejado engatusar por tu promesa de lugar de descanso para una vida frenética. Demasiado pronto he asumido que no es mal destino convertirte en mi ciudad de paso y descanso. Seré imbécil: solo disfrazaba la cruda lección de realidad que ha supuesto contrastarte con las maravillas que el exterior me lanza solo con poner un pie fuera. Palideces en comparación con el resto, lo sabes. Pero ni te inmutas. Ni siquiera te hubiese reducido a ser solo un lugar de transbordo de no ser porque tú misma me empujaste a marchar, aunque fuese solo temporalmente. Y así he acumulado viajes, muchos viajes desde la última vez que te escribí. Por placer, por profesión. Aventuro más, y estoy deseando que lleguen. Y pasen, y me hagan reafirmarme en cuánto necesito tenerte lejos, para después encontrarte siempre aquí, cerca, disponible, y con los brazos abiertos, encantada de que uno de los tuyos vuelva al redil.

Solo espero que esta huida hacia adelante, siempre adelante, hacia el origen, hacia ti, no vuelva a verse bloqueada por los azares, vaivenes y obligaciones de la vida. Ingenuo de mí, fui demasiado impetuoso al suponer que me iría. Torpe de mí, aún sigo creyendo que lo haré de forma definitiva. Pero lo cierto es que acabaré saliendo de ti. De tus límites y tus piedras viejas, de tu aburrimiento y vida acomodada que se hace pasar por buena. No es este el momento de resignarme. No, cuando se multiplican los dramas de los que no puedo escapar mientras esté dentro de ti. Tú, Ciconia, Vetusta al Extremo del Duero, Norba del César. Sé, por favor, y por una vez, el lugar de lo que fue, y no de lo que será en un presente continuo, eterno y agotador.

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